En 1949, en plena expansión de la URSS, y con el correspondiente miedo de las potencias anti-comunistas, se fue fraguando lo que se denominó como Guerra Fría, especialmente cuando el 29 de agosto de 1949 las URSS detonó en Kazajstan su primera bomba atómica, de 24 kilotones, superior a las lanzadas por EEUU en Hiroshima o en Nagasaki. Los expertos estadounidenses no pensaban que los soviéticos tuvieran su bomba atómica hasta 1953 .
El Reino Unido se alarmó también y quería tener su propio programa nuclear. En el proyecto Manhattan había científicos británicos, pero EEUU no permitía a los británicos acceder a la tecnología nuclear estadounidense, debido a los casos de espías soviéticos en el gobierno británico, como el caso de Klaus Fuchs. Los británicos, para desarrollar su programa nuclear, miraron hacia Australia, donde presidía el gobierno un gran anglófilo como Robert Menzies, el cual se mostró encantado en que explotaran bombas atómicas británicas en suelo australiano, sin preguntar si había riesgos para la población o para el medio ambiente; Menzies sólo aspiraba a colaborar con la madre patria y, quizá, que se pudiera desarrollar una industria atómica australiana .
El 18 de febrero de 1952, Menzies hizo público el acuerdo con el gobierno británico para las pruebas nucleares en suelo australiano, asegurando que no había ningún riesgo para la salud de las personas o los animales. No hubo muchas más explicaciones, y todo quedó amparado por una legislación que reforzaba el secreto en materia militar. A las Monte Bello Islands, se sumarían después Emu Field y Maralinga, realizándose pruebas atómicas entre 1952 y 1967. Las pruebas no sólo iban dirigidas a comprobar que los artefactos explotaban, sino también, y sobre todo, a medir los efectos de las explosiones y las radiaciones, tanto en materiales, como en el suelo, animales o personas, tanto con protección como sin protección. Lo que la población civil australiana, aborigen o no, no sabía es que ellos/as eran cobayas humanas, forzosas e ignorantes, en dichas pruebas .
El 24 de mayo de 1957, en Inglaterra, una reunión del Atomic Energy Research Establishment (AERE), presidida por el profesor Ernest Titterton, que supervisaba las pruebas nucleares británicas en Australia, para determinar los siguientes pasos de la investigación atómica. Ya habían detonado nueve bombas atómicas en Australia, y había tomado miles de mediciones en los lugares de las explosiones, y la siguiente fase era determinar los efectos a largo plazo de la bomba en toda Australia y su población. La intención era utilizar a la población australiana como cobayas, durante las próximas décadas .
En primer lugar se tomarían muestras del suelo, de plantas y de ganado, concretamente vacas y su leche, de las zonas más próximas (entre 400 y 800 km) a los lugares de las pruebas nucleares, para saber cuánto Estroncio-90 acumulaban, si estaba entrando en la cadena alimentaria y en los humanos. Incluso se acordó que se obtuvieran huesos de fémur de niños/as australianos fallecidos/as, por supuesto de forma clandestina y sin consentimiento de sus familiares. A lo largo de veintiún años (1957-78) se almacenaron 22.000 restos de bebés, niños, jóvenes, y adultos jóvenes, en busca de Estroncio-90. El experimento más grande del mundo de este tipo. Los resultados no llegaron a Australia, sino a las autoridades nucleares de Reino Unido y de EEUU, y fueron utilizados tanto para la industria nuclear como para el desarrollo de armas nucleares .