El neoliberalismo es como una religión, con una serie de dogmas que se deben creer, cual acto de fe, y que son incuestionables, incluso por encima de la vida, la salud y el bienestar de grandes masas de población. En la UE se escribieron y consagraron en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE, que se introdujo en 1997, en el contexto de la tercera fase de la unión económica y monetaria y fue concebido para asegurar que los países de la UE mantuvieran unas finanzas públicas saneadas tras la introducción de la moneda única.
El Pacto de Estabilidad y Crecimiento fija un valor máximo de referencia para el déficit público del 3% del PIB, y para la deuda pública del 60% del PIB.
El límite de deuda pública, que ha sido una de las principales justificaciones para implantar las políticas de austeridad durante la Gran Recesión, se basa en la teoría de Reinhart y Rogoff, economistas de la Universidad de Harvard, que publicaron en mayo de 2010 un artículo en la American Economic Review que mostraba una correlación empírica de gran interés en medio de la gran crisis económica: examinados todos los países desde el final de la Segunda Guerra Mundial, aquéllos cuya deuda pública se hallaba en la banda entre el 60% y el 90% del PIB crecían anualmente al 3%, en tanto los que sobrepasaban el 90% registraban un retroceso medio del -0,1%. Estos economistas se convirtieron en los nuevos santos de los neoliberales. Sin embargo, tres economistas de Massachussetts (Herndon, Ash y Pollin) descubrieron un error insalvable en el análisis. Y Mike Konczal advirtió que la ponderación de los datos había sido realizada a la ligera. En definitiva, el dato correcto era que los países con una deuda superior al 90% del PIB no decrecían sino que crecían al 2,2%, con la particularidad de que la reducción no era brusca sino lineal.
Por tanto, la urgencia del ajuste en los presupuestos públicos y la austeridad ya no existía, y se basaba en un error de cálculo. De hecho, el presidente Obama sacó al país de la gran crisis con gran eficacia, a costa de una deuda pública que es aproximadamente del 100% del PIB norteamericano.
El otro gran dogma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE es que debe haber un límite de déficit público del 3% del PIB. Lo más inexplicable es que no hay ninguna referencia científica que corrobore que el déficit público de un Estado no debe sobrepasar el límite del 3% del PIB para que haya crecimiento económico. Por tanto, se trata de un dogma, de una idea pre-científica. Una vez más, el caso de los EEUU bajo la presidencia de Obama, corrobora que se trata de un límite absurdo, ya que la Reserva Federal inundó el sistema de dólares y el plan de inversiones de Obama supuso que el déficit público subiera hasta el 12% del PIB.
La historia del límite del 3% de déficit público salió de unos asesores económicos del presidente Mitterrand que, en 1981, quería imponer unas reglas internas simples y prácticas para el techo de gasto. Los asesores de Mitterrand no encontraban ninguna regla sencilla y se les ocurrió relacionar el décifit público francés de aquél año con el PIB de ese año, y salió el 3%. En menos de una hora los asesores económicos de Mitterrand le proporcionaron un número mágico, totalmente causal y banal, ausente de cualquier base científica, más allá de un mero cálculo aritmético. Sin embargo, diez años después, cuando en Maastricht se estaban negociando las reglas para la unión monetaria europea, Trichet, que era jefe del tesoro de aquellos asesores que proporcionaron el número mágico del 3%, dijo: «nosotros tenemos un número que ha funcionado muy bien en Francia: el 3%». El caso es que los investigadores han intentado elaborar miles de explicaciones científicas para ese número del 3% del PIB, pero su inclusión en los tratados de la UE fue tan trivial como esa. Sin embargo, dicha trivialidad y casualidad ha supuesto enormes perjuicios para grandes masas de la población de la eurozona.
El último dogma neoliberal es el de la inflación, concretamente, extender el miedo a la inflación, evocando imágenes de países que en algún momento han vivido una hiperinflación, en las que empujaban carretillas de dinero para comprar un paquete de tabaco o una barra de pan. La idea que se transmite por académicos, think tanks y medios de comunicación es que un excesivo gasto público, especialmente gasto social, puede descontrolar la inflación, porque habría un exceso de dinero en manos de los consumidores, y, en consecuencia, las empresas subirían los precios para obtener un beneficio mayor. Sin embargo, incluso bajo las reglas del sistema capitalista, sólo se debe temer que la inversión pública descontrole la inflación si realmente todos los recursos financieros, materiales y humanos están ocupados y empleados, pero cuando hay desempleo, viviendas sin ocupar, con la capacidad industrial por debajo su potencial, un mayor gasto público no incrementa los precios, sino sólo la demanda.
La política del BCE en tiempos de crisis no era estimular la demanda, sino mantener la inflación alrededor del 2%, provocando incluso una inflación estancada o negativa, que no estimula la creación de nuevos negocios, porque no hay expectativa de beneficio (todo inversor compra algo por un precio x con la esperanza de venderlo a un precio x+1) y, en consecuencia, no hay nuevos empleos ni crecimiento económico.
En definitiva, las políticas de austeridad se basan en unos dogmas de fe neoliberales, pero carecen de base científica. De hecho, los estudios demuestran que, en la mayoría de los casos donde se han aplicado políticas de austeridad, la depresión y la crisis ha sido de mayor duración y severidad que aquellos países que no han aplicado políticas de austeridad . Ni siquiera ha servido para que los países reduzcan sus niveles de deuda pública: Italia en 2009 tenía una deuda pública del 116% del PIB, en 2019 llegó al 137% del PIB; España en 2009 tenía una deuda pública del 53% del PIB, y en 2019 alcanzó el 95% del PIB.
Si se siguieron aplicando las medidas de austeridad, a pesar de que no han funcionado, quizá hay que pensar que lo que se pretende es debilitar a la clase trabajadora y desmantelar el estado de bienestar, los avances sociales y democráticos.
La opción racional hubiera sido dejar que quebraran los bancos, ya que el rescate bancario trajo consigo deuda pública, la deuda nos llevó a la crisis, y la crisis a la austeridad. El ejemplo es Islandia, que dejó quebrar a sus bancos, devaluó la corona y aplicó políticas fiscales activas. Como resultado, registró buenos resultados, especialmente si lo comparamos con el resto de países europeos que acusaron la crisis.
Referencias