Neocon: Reagan

Los fracasos frente a la crisis de los setenta provocaron además una pérdida de credibilidad de las políticas socialdemócratas y keynesianas, que habían predominado desde los años 30 y, especialmente, tras la Segunda Guerra Mundial. Así, el neoliberalismo encontró una gran aceptación en los partidos conservadores, las organizaciones empresariales y los sectores acomodados de la sociedad, que acogieron con entusiasmo la defensa de la limitación del papel estatal, de los recortes sociales, de la bajada de impuestos, así como de reducir el poder de los sindicatos.

Elegido presidente de EEUU en 1980, Ronald Reagan atribuyó la causa de todos los males al aumento excesivo de los poderes del Estado del que eran responsables las administraciones demócratas desde 1960. Planteó como remedio la vuelta a las reglas de mercado, suprimiendo o flexibilizando toda normativa que pusiera obstáculos a la economía.

En el plano fiscal los tipos más altos de las tarifas del impuesto sobre la renta se redujeron significativamente, bajando en siete años desde el 70% hasta el 28%. Por el contrario, aumentaron los impuestos sobre el trabajo, así como los tipos impositivos efectivos de la población con menores ingresos para mantener la financiación de la Seguridad Social.

Las ganancias corporativas sufrieron un cambio de tendencia, al incrementarse debido al inicio de la financiarización de la economía, así como del declive de las manufacturas. Entre 1963 y 1980, la participación de las ganancias corporativas originadas en el sector financiero era del 15%, mientras que la participación del sector manufacturero era del 49%. Pero cuando Reagan dejó el cargo ya estaban en marcha la tendencia al alza de la primera y la tendencia a la baja de la última. En el año 2000, la participación de las ganancias del sector financiero llegó al 27% y en 2011 al 33%, mientras que la del sector manufacturero se redujo al 17%. Sin embargo, esto constituyó un gran desafío porque, mientras que en el sector manufacturero se suprimían empleos, el lucrativo sector financiero no podía absorber a los trabajadores liberados. La participación conjunta de los trabajadores disminuyó del 22% al 13% .

A nivel presupuestario, el gasto militar se disparó en plena carrera armamentística y la denominada «Guerra de las Galaxias» (del 4,8% del PIB pasó al 5,9% del PIB), a la vez que fueron drásticamente disminuidos los programas de empleo y de capacitación, los cupones de alimentos, de almuerzos escolares y servicios sociales.

Al poco de asumir su mandato presidencial, en 1981 Reagan se enfrentó a una huelga de controladores aéreos, que pedían un aumento de sueldo, menos horas de trabajo semanal, anticipación de la jubilación y el abono del retiro cuando se deba a problemas de salud relativos a su trabajo. La respuesta fue el envío de miles de cartas de despido a parte de los 12.172 controladores (el colectivo reúne a 13.000), encarceló a los dirigentes de la Organización de Controladores Profesionales del Tráfico Aéreo (PATCO), a la vez que se empleó a personal militar en las consolas de control, se redujo a la mitad los vuelos regulares en veintidós aeropuertos de las principales ciudades del país y el cierre de 58 torres de control en distintos puntos del país para permitir el servicio de unos 1.000 controladores en zonas más necesitadas. El sindicato dejó de existir, lo que marcó el final de la influencia de los grandes sindicatos. Por la intimidación, se redujo el número de huelgas en las que participaban al menos 1.000 trabajadores, de 235 en 1979 a sólo 17 en 1999; y el porcentaje de trabajadores sindicalizados, que aún era de un 26% durante la presidencia de Carter, cayó precipitadamente en la tercera parte, para llegar al 17%, a finales del segundo periodo de Reagan .

Los sindicatos habían sido la columna vertebral de la clase media, especialmente de la clase media baja. Estos aseguraban que una parte de las ganancias se destinara también a los trabajadores, no sólo a los ejecutivos y a los accionistas. Colectivamente, los trabajadores podían amenazar con ir a huelga, ejerciendo así un poder compensatorio suficiente para obtener un poco más que un salario digno, una parte de las rentas que obtenía la empresa. Sin ese poder compensatorio, la mayoría de los trabajadores sin educación universitaria, en especial aquellos que no tenían habilidades especiales, estaban a su propia merced. Los resultados fueron devastadores para este segmento de la clase media. Unidos, los trabajadores tenían algún poder de negociación, divididos no tenían ninguno. El resultado fue que los trabajadores quedaron en desventaja y que su salario quedara muy por detrás de lo que merecían con base en su incremento de productividad .

A medida que disminuía el poder de los trabajadores, también se reducía su capacidad para influir en el Congreso. En consecuencia, el salario mínimo federal se redujo durante la presidencia de Reagan de 9,03 dólares a 6,80 dólares (a precios de 2016), una disminución del 25%. Los intervalos de impuestos estaban indexados a la inflación, pero no el salario mínimo, y Reagan estaba orgulloso de ello: “el salario mínimo ha causado más miseria y desempleo que cualquier cosa desde la Gran Depresión”, dijo .

Los resultado de estas políticas neoliberales fueron que esa supuesta rebaja de la presión fiscal de las rentas altas, con la correspondiente reducción de gasto social, no generó ni mayor inversión, ni un crecimiento significativo (2,2% per cápita, igual que en la década anterior), ni más empleo, ni aumento de los salarios, incrementándose eso sí el subempleo. Además, los profundos recortes tributarios, junto con el aumento más lento de lo esperado del PIB y de los ingresos, ocasionaron el mayor aumento del déficit del gobierno desde la Segunda Guerra Mundial: el déficit de Carter era de 59.600 millones de dólares y, en 1986, el déficit llegó a 221.000 millones de dólares. Lo mismo se puede decir en cuanto a la deuda: la deuda total del gobierno en enero de 1981 era de 965.000 millones y, en enero de 1989, de 2,7 billones de dólares. Reagan prácticamente triplicó la deuda y la mitad de ese incremento fue para los militares .

El gran cambio de ciclo fue para los índices de desigualdad. En 1981 el 0,1% superior de la distribución del ingreso recibió el 1,8% del ingreso total, en 1982 el 2,5% y en 1983 el 2,7%. De modo que en 1983 la participación en el ingreso de estos 80.000 hogares más ricos se duplicó en comparación con 1977. Entonces se abrieron las compuertas, y se mantuvieron abiertas: en 1988 su participación llegó al 5,4% y en 2000 al 7,3% .

Otra manera de considerar las tendencias de la desigualdad es observar que hasta 1980 la participación del 5% superior en el ingreso era igual a la de la clase media (el tercer quintil), pero durante la presidencia de Reagan empezó a aparecer una brecha que a inicios del mandato de Clinton llegaba el 5,9%. Todos los demás grupos perdieron participación, incluso la clase media-alta, aunque los ricos (percentil 80-95) al menos pudieron mantener la suya .

Por si las lecciones del fracaso de la Reaganomía no fueran suficientes, después de Reagan los impuestos a las formas de ingreso recibidas desproporcionadamente por los ricos (ganancias de capital, más de la mitad de las cuales eran obtenidas por el 0,1% superior) se redujeron aún más: en la presidencia de Clinton al 20% en 1997 y luego, en la de Bush, al 15% .

Joseph Stiglitz argumenta en forma convincente que “el presidente Ronald Reagan comenzó a socavar a la clase media y a sesgar los beneficios del crecimiento hacia los estratos más altos”. Un economista señaló que “la familia estadounidense promedio está perdiendo terreno, y lo sabe.

La Reaganomía fomentó y legitimó la ideología dominante de que se debía mirar al gobierno con sospecha y que “el gobierno no tiene capacidad real para resolver ninguno de nuestros principales problemas”. Esta filosofía promovió el tosco individualismo que era más apropiado para la economía de frontera del siglo XIX que para aquella que estaba en el umbral de la revolución de las tecnologías de la información. No había el menor reconocimiento de que la nueva economía necesitaba desesperadamente el apoyo del gobierno para afrontar esta nueva era. Reagan pertenecía a la época del hombre Marlboro, el rudo individualista que no necesita depender del gobierno . Por lo tanto, el gobierno no necesitaba financiar programas sociales en salud, educación, pensiones, desempleo, etc.

Referencias