El mito prometeico de que los pobres, en condiciones de igualdad de oportunidades, tienen las mismas probabilidades para aumentar su riqueza que las clases altas, y ascender socialmente, queda claramente falsado simplemente mirando el nivel de pobreza que hay actualmente en las sociedades, tanto desarrolladas como las menos desarrolladas. Este mito se forjó con casos de magnates despiadados como los primeros multimillonarios del petróleo, la industria militar, el transporte o las finanzas (Rockefeller, Carnegie, Mellon, Vanderbilt, Girard, Jay Gould, Ford, y otros etiquetados como los «barones ladrones«), y también con una generación que disfrutó de los Treinta Gloriosos del capitalismo, tras el nuevo orden económico mundial de la Segunda Guerra Mundial y en un contexto de petróleo abundante y barato, en los que la movilidad salarial fue una realidad para muchas personas nacidas entre 1955 y 1975 de padres con bajo nivel educativo, pero se estancó para los que nacieron después de 1975.
Los mitos meritocráticos modernos como Steve Jobs, Bill Gates o Jeff Bezos, construyeron sus imperios capitalistas basándose no en el crecimiento orgánico, sino en la inyección de grandes sumas de dinero por parte de inversores y bancos, es decir, basados en la deuda. Así, por ejemplo, el millonario Mike Markkula fue quien apostó por Apple invirtiendo 92.000 dólares, asegurándose una línea de crédito de 250.000 dólares (equivalente a más de 1 millón de dólares de 2021) de Bank of America. En el caso de Microsoft, David F. Marquardt invirtió 1 millón de dólares. Y en el caso de Amazon, Jeff Bezos, que había dejado su puesto como vicepresidente de un fondo de inversión de Wall Street, en 1994 inició su tienda on-line de libros captando fondos de amigos y familiares por una suma total de 1,3 millones de dólares, de los cuales 300.000 dólares los aportaron sus padres. Por tanto, se trata de emprendedores que fueron elegidos por el capital, y esto les permitió amasar más capital, sin el cual su ingenio y ambición no hubieran logrado las fortunas multimillonarias que posteriormente generarían.
Los estudios que se han realizado corroboran que la movilidad social ascendente es muy complicada de conseguir, al menos en una misma vida. Así, el estudio realizado por la OCDE en 2018 determina que, considerando los actuales niveles de desigualdad y la movilidad intergeneracional de los ingresos, un niño de una familia pobre necesitaría por lo menos cinco generaciones para alcanzar un nivel medio de ingresos, en promedio en los países de la OCDE. Esto varía desde solo dos a tres generaciones en los países nórdicos, hasta nueve o más generaciones en algunas economías emergentes. Uno de cada tres niños con un padre que percibe bajos ingresos también tendrá bajos ingresos, mientras que para la mayoría de las otras dos terceras partes, la movilidad ascendente se limita al grupo de ingresos próximo.
Las perspectivas de movilidad salarial, entre las generaciones, suelen ser más desfavorables en los países donde la desigualdad en los ingresos es alta y más favorable en los países con menos desigualdad. Por tanto, el incremento de las desigualdades que generan las reformas y ajustes estructurales neoliberales sólo hacen que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres.
En España, existe una clara correlación entre las dificultades económicas experimentadas durante la adolescencia y la situación económica en la adultez. Según la Encuesta de Condiciones de Vida de 2019, un 34% de las personas de entre 25 y 59 años que tuvieron una situación económica mala o muy mala a los 14 años se sitúan en el quintil más bajo de ingresos en 2019, frente al 13,2% de los individuos con buena o muy buena situación. Además, solo el 9,4% de los más desfavorecidos fueron capaces de situarse en el quintil más alto frente al 30% de los privilegiados. Este gradiente socioeconómico también se manifiesta en la tasa de riesgo de pobreza. Más del 35% de los más desfavorecidos en la adolescencia se sitúan por debajo del umbral de la pobreza cuando alcanzan la adultez, mientras que solo lo hacen el 14% de los más privilegiados .
Una de las claves para acceder a la élite económica son los títulos académicos. En la mayoría de las sociedades, el factor más determinante a la hora de tener un salario muy alto es tener una credencial o certificado académico de posgrado, idealmente de una institución educativa de élite. La élite económica se compone de la élite educativa .
En España el 56% de los niños cuyos padres solo alcanzaron la educación primaria permanecerá en bajos niveles educativos, cuando el promedio en la OCDE es del 42%. Por otra, el 69% de los menores con padres con un alto nivel de formación consiguen completar estudios
terciarios, siendo la media de la OCDE de un 63%. Según datos del INE: en 2019, solo un 31,7% de los hijos de padres con nivel educativo bajo (educación primaria o secundaria de primera etapa) consiguieron estudios terciarios, mientras que este porcentaje se sitúa en el 75,2% para aquellos hijos con padres que ostentan una titulación superior. El origen social y económico de los padres tiene un impacto directo sobre el rendimiento académico en los estudios obligatorios y los efectos producidos por la repetición de curso, así como sobre las decisiones de proseguir una vía académica o una vía profesional tras la finalización de la educación obligatoria. El porcentaje de jóvenes que no alcanzan las competencias necesarias en matemáticas o en ciencias es tres veces mayor entre los estudiantes que proceden de familias de una clase social baja que entre los más privilegiados .
El aumento del gasto educativo privado contribuye a explicar estas brechas educativas por origen socioeconómico. La diferencia en el gasto educativo entre pobres y ricos no ha parado de crecer en la última década, evidenciando que los individuos con mayores recursos invierten más en la educación de sus hijos, lo que redunda en una mayor adquisición de competencias y habilidades no cognitivas que les facilitará el
acceso a una situación laboral y económica futura mejor. La segregación escolar también contribuye a la merma de oportunidades sociales a través de la concentración de estudiantes con un mismo origen socioeconómico en los centros educativos. La segregación de personas vulnerables en centros educativos problemáticos incrementa la probabilidad de abandono escolar. Por otra parte, la concentración
de élites permite que los estudiantes accedan a unas redes de contactos que son inalcanzables para los individuos más desfavorecidos,
lo que puede ser un factor relevante a la hora de acceder a condiciones laborales más ventajosas. Así, cuanto mayor sea la segregación escolar, más persistentes serán los efectos de las desigualdades educativas .
Estas desigualdades ocurren a lo largo de toda la trayectoria académica, especialmente durante los años de educación primaria. Sin embargo, persisten incluso una vez finalizados los estudios superiores. El capital social y cultural –amplias redes de contactos, adecuado desarrollo de habilidades no cognitivas, etc. – es clave en la obtención de una profesión cualificada que se adecúe al nivel de formación. En el caso británico, la probabilidad de que una persona de origen social privilegiado y sin ningún título acabe en un empleo muy bueno (top job) es más del doble que si esa persona fuera de clase trabajadora. Además, solo una de cada cuatro personas de clase trabajadora acaba en un empleo muy bueno, mientras que para los hijos de profesionales y directivos esa probabilidad es del 39%. Quizá lo que ocurre, simplemente, es que las personas de orígenes sociales más privilegiados van a mejores y más caras universidades. Los datos corroboran que incluso cuando los estudiantes de clase trabajadora acceden a Universidades excelentes y obtienen las mejores calificaciones, sigue existiendo una brecha en la probabilidad de acceder a un empleo muy bueno cuando los comparamos con estudiantes buenos de clases directivas y profesionales. Y lo que es más sorprendente e incompatible aún con la explicación meritocrática: los estudiantes de aprobado (nota entre 6 y 7) pero origen social privilegiado encuentran más empleos muy buenos que los estudiantes de sobresaliente (nota superior a 8,5) pero de clase trabajadora .
Así pues, la lotería social de provenir de una clase social privilegiada ha otorgado en el pasado, y continúa otorgando en el presente, un acceso privilegiado a recursos educativos y económicos. Esto es problemático para la meritocracia, porque es dudoso que alguien pueda reclamar algún mérito por haber nacido en una clase social que lleva aparejada esos privilegios.