Uno de los mitos del capitalismo es el llamado «trickle-down» (goteo), que se refiere a que conforme aumentan los beneficios de los más ricos «gotean» hacia los demás. Cuantos más beneficios, más «goteo de riqueza», y los mecanismos de esta teoría son reducir los impuestos y las trabas a los más ricos, a las grandes fortunas y grandes empresas y fondos de inversión, para que se produzcan mayores ganancias y dividendos.
Quizá hubiera sido mejor denominarlo «migajas» que no «goteo». Lo cierto es que ningún economista ni político, ni siquiera liberal, sostiene que defiende la economía del «trickle-down», y en cambio prefieren denominarla economía de la oferta (supply-side economics), que esencialmente dice lo mismo. Las evidencias derivadas de un estudio sobre las reducciones de impuestos a los más ricos entre 1965 y 2015, en 18 países de la OCDE, muestra que dichos recortes no tienen ningún efecto significativo ni en el crecimiento económico ni en el empleo, pero sí en una mayor desigualdad en las rentas entre ricos y pobres . Esto es reconocido incluso en el seno del Fondo Monetario Internacional .
Los economistas del libre mercado se refugian en la teoría de que el crecimiento económico sí que genera más empleo y, vía salarios, la riqueza llega a las clases trabajadoras, y viceversa, el aumento del empleo se traduce en crecimiento económico (ley de Okun). En el Informe sobre el Desarrollo Humano de 1993 emitido por el PNUD, se apuntó que en “muchas partes del mundo, estamos empezando a presenciar un nuevo fenómeno: el del crecimiento sin empleo” (p. 43).
La elasticidad del empleo ha ido decreciendo a lo largo de los años, hasta dónde. En 1995, el economista Jeremy Rifkin publicó el libro, «The End of Work: The Decline of the Global Labor Force and the Dawn of the Post-Market Era» como consecuencia de la automatización, no sólo en la industria, sino también en el sector servicios, quedando a salvo del proceso de destrucción de empleos un selecto grupo de directivos corporativos y de «trabajadores del conocimiento» (knowledge workers).
Los primeros estudios en los años 90 comenzaron a demostrar que a largo plazo había una tendencia clara de desacoplamiento entre crecimiento económico y creación de empleo . Cuando aún no se había manifestado la Gran Recesión, algunos economistas apuntaban a un debilitamiento de la relación entre crecimiento económico y empleo en las principales economías .
La Gran Recesión de 2008 volvió a llamar la atención sobre este fenómeno que se ha documentado estadísticamente en Estados Unidos. En Alemania se ha constatado que el crecimiento económico y el aumento del empleo han dejado permanentemente de estar directamente relacionados .
El desempleo implica en un sistema capitalista que una persona activa no puede conseguir un empleo que le proporcione un salario. El empleo en el capitalismo se considera un bien de mercado sometido a la oferta y la demanda, lo cual implica que haya fuerza de trabajo que no se emplee y no se contrate.
La oferta de trabajo la hacen las personas en edad de trabajar en función de sus preferencias entre ocio y trabajo (necesario para obtener una renta con la que realizar gastos de consumo). Habitualmente se supone que, al menos en el tramo relevante, esta curva de oferta tiene pendiente positiva: un salario real más alto aumenta el coste de oportunidad de estar ocioso (se renuncia a un mayor nivel de consumo) e incentiva la oferta de trabajo. La curva de oferta se desplaza, incrementándose, cuando cambian las preferencias o los incentivos de los trabajadores.
La demanda de trabajo la realizan las empresas tratando de maximizar sus beneficios. En términos reales, el beneficio marginal que reporta a una empresa la contratación de un nuevo trabajador es igual a su productividad marginal (lo que aporta a la producción), mientras que el coste marginal es su salario real. Por tanto, mientras que el salario sea inferior a la productividad la empresa tendrá incentivos para seguir contratando más trabajadores, hasta el punto en que el salario se iguale con la productividad. Es decir, que la curva de demanda de trabajo coincide con la de la productividad marginal. Si hacemos el supuesto habitual de los modelos neoclásicos de que hay rendimientos decrecientes del trabajo (por ejemplo, porque existe un stock de capital fijo que se combina con un número creciente de sus trabajadores) la curva de demanda tiene pendiente negativa: para contratar más trabajadores (con productividad marginal decreciente) el salario real debe reducirse. Esta demanda se incrementa también si se instala más capital o si el progreso técnico permite un aumento de la productividad.
En este mercado de trabajo existe un único nivel de empleo de equilibrio, que se alcanza en el punto de corte de la curva de demanda y la curva de oferta. Si el mercado es competitivo, además, el salario real se ajustará siempre al nivel necesario para alcanzar ese nivel de empleo. Por ejemplo, si el salario real se situase inicialmente por encima, habría trabajadores queriendo encontrar un empleo y dispuestos a hacerlo, incluso, por un salario algo más bajo. Los trabajadores parados competirán por los puestos disponibles y esto hará que los salarios se reduzcan hasta el equilibrio (por supuesto, esta explicación no tiene en cuenta los factores institucionales y sociales que hacen que el mercado de trabajo pueda funcionar de manera distinta en la realidad; en todo caso, para los autores neoclásicos, éstas serían imperfecciones del mercado de trabajo que se derivan habitualmente de una regulación inadecuada y habría que tratar de corregirlas para alcanzar el pleno empleo).
Otra idea importante es que, en este equilibrio, todo el desempleo es voluntario, ya que los trabajadores se encuentran en su curva de oferta: los que no trabajan es porque han realizado su elección entre trabajo y ocio y el salario de equilibrio no es suficiente para compensarles por la desutilidad que supone dedicar una parte de su tiempo al trabajo (por ejemplo, prefieren dedicarse al cuidado de la familia).
En esta explicación teórica, una política de demanda expansiva no podría dar lugar en principio a aumentos del nivel de empleo, ya que para las empresas sería necesario que el salario real se redujese (sólo así contratarían más trabajadores), pero a la vez sería necesario que el salario real se elevase para que los trabajadores estuvieran dispuestos a aumentar su oferta de trabajo.
¿Cómo puede explicar, entonces, esta teoría del desempleo las fluctuaciones cíclicas que se registran en la tasa de paro a corto plazo? Mediante la existencia de problemas de falta de información en el mercado de trabajo, lo que obliga a formar expectativas sobre la tasa de inflación que pueden mostrarse erróneas. Supongamos, por ejemplo, que el salario real es el de equilibrio y se lleva a cabo la determinación de los salarios nominales para el periodo siguiente. Al hacerlo, los trabajadores no tienen información sobre el nivel general de precios, sino que forman una expectativa sobre cuál será la evolución que experimentará. Partiendo de una inflación esperada del 3%, por ejemplo, un aumento de los salarios nominales del 3% mantendrá constante la oferta de trabajo. Si esta es la tasa de inflación efectiva, también se mantendrá constante la demanda de trabajo.
Si en estas condiciones se lleva a cabo por parte del Banco Central una política monetaria más expansiva de lo esperado por los agentes y la demanda agregada se incrementa, también lo harán los precios y la inflación se situará por encima de lo esperado por los trabajadores. Por ejemplo, se eleva hasta el 7%. Las empresas perciben inmediatamente este aumento en el precio de sus productos, por lo que estarán dispuestas a aumentar en alguna medida los salarios nominales para hacer frente a este aumento de la demanda. Supongamos que este aumento salarial es de un 5%, de forma que el salario real todavía se reduce un 2%, por lo que la demanda de trabajo se incrementa.
Karl Marx ya analizó que a los capitalistas les interesa que haya una cierta tasa de desempleo, porque así disponen de un ejército industrial de reserva, un contingente de trabajadores en situación de pobreza y deseosos de conseguir dinero, que permitirá a los capitalistas ofrecer salarios más bajos, y, además, sirve de amenaza o coacción para que los trabajadores acepten la explotación laboral que le ofrecen los capitalistas, bajo la máxima de que un mal trabajo es mejor que ninguno.
La visión de los economistas clásicos es que en una situación de competencia perfecta y total desregulación del mercado laboral, habría pleno empleo. El desempleo lo han atribuido a una diferente mezcla de factores, como la holgazanería, las ayudas y subvenciones, problemas coyunturales, y, sobre todo, a que los sindicatos y los gobiernos alteran artificialmente al alza los salarios, lo cual genera un desempleo natural o friccional .
John Maynard Keynes comenzó a ver el desempleo como un fenómeno que puede evitarse mediante políticas públicas, para llegar al «pleno empleo», esto es, un máximo del 1% de desempleo. Una parte de las ideas «de sentido común» de Keynes fueron puestas en aplicación en los Estados Unidos por Franklin Roosevelt, en el marco del New Deal. Cuando Roosevelt accedió al poder había 12 millones de parados, para una población activa de aproximadamente 50 millones, a los que habría que agregar varios millones de «sin techo». Mientras que la anterior administración se limitaba a distribuir ayudas, el objetivo esta vez era crear empleos. Uno de los administradores del programa, Harry L. Hopkins podía justificar de esta forma el giro: «dale una limosna a un hombre: salváis su cuerpo y destruís su espíritu. Dadle un trabajo con un salario regular y salváis a la vez el cuerpo y el espíritu».
Así se impulsó un amplio programa de trabajos públicos en 1933, con la puesta en marcha de una Agencia de Trabajos Públicos (PWA, Public Works Administration), de un Cuerpo Civil de Protección del Medio Ambiente (Civilian Conservation Corps) y después, en 1935, de la Works Projects Administration. El conjunto de estos programas no permitió volver al pleno empleo y solo redujo el desempeño en aproximadamente un tercio.
El balance del New Deal que solo se puede esbozar aquí es mitigado. Los planes de Roosevelt se enfrentaron a una huelga de inversiones de los sectores empresariales que la iniciativa pública no pudo contrarrestar. En 1941 había todavía seis millones de estadounidenses en desempleo y el pleno empleo no fue restablecido antes de la entrada en guerra.
La posguerra será marcada por el desarrollo del Estado social en Europa, de los que uno de sus principales inspiradores fue William Beveridge, autor de dos celebres informes. El primero está dedicado (en 1942) a la seguridad social ; el segundo, de 1944, trata del «pleno empleo en una sociedad libre» . En el prólogo a este informe, Beveridge señala de entrada que el pleno empleo «no significa que no haya paro», sino que hay más puestos vacantes para los trabajadores que trabajadores en búsqueda de un empleo». Siempre subsistirá una tasa de desempleo friccional, que evalúa en el 3% de la población activa en el caso del Reino Unido.
En 1958, Alban Phillips publicó un artículo que le daría celebridad , puesto que todavía hoy se sigue hablando de la «curva de Phillips». Su artículo establece que el crecimiento de los salarios nominales evoluciona en sentido inverso de la tasa de desempleo (y de su variación). Los datos de Phillips se refieren a la evolución a largo plazo del desempleo y de los salarios en el Reino Unido, entre 1861 y 1957. Cuando apareció el artículo en 1958, la tasa de crecimiento del salario nominal era ciertamente bastante elevada, pero el país estaba casi en pleno empleo: la tasa de desempleo oscilaba alrededor del 2% desde 1945.
El proyecto de Phillips no trataba pues de un problema económico contemporáneo. Su proyecto, en el fondo, era diferente: se trata de suministrar las bases empíricas a la teoría del desempleo.
Pero ¿en qué sentido hay que leer la curva? Para Richard Lipsey, un colega de Phillips que intentó encontrar un fundamento más teórico para la curva, la determinación va claramente del desempleo a los salarios: «si se quiere predecir la tasa de variación de los salarios, es necesario conocer no solo el nivel del desempleo sino también su distribución entre los diferentes mercados» .
Una lectura inversa va a ser propuesta por Paul Samuelson y Robert Solow en un artículo de 1960 . Los dos futuros «Premios Nobel» intentaron construir una curva de Phillips para Estados Unidos y acabaron por trazarla manualmente. Proponen una lectura de la curva en la que la tasa de desempleo es la que determina los salarios: «los salarios tienden a aumentar cuando el mercado de trabajo está tenso». Pero sobre todo deducen la idea de que existe un posible arbitraje entre una inflación moderada y una tasa de paro próxima al pleno empleo: «Los salarios en la industria parecen estabilizarse completamente cuando el 4% o el 5% de la población activa se encuentra en desempleo; y una progresión de los salarios igual al aumento de la productividad del 2 al 3% anual conduce, en esta configuración media, a una tasa de desempleo del 3%».
La curva de Phillips se convierte en un instrumento de «ajuste fino» (fine tuning) de la política económica durante los años 1960, en los que las ideas keynesianas influyeron en las administraciones de Kennedy (1961-noviembre 1963) y Johnson (1963-1969) en favor de una política presupuestaria expansiva.
Esto funcionó bien hasta finales de los años 1960: las curvas de la inflación y del desempleo evolucionaron en sentido inverso. Pero esa relación conforme a la curva de Phillips quiebra en dos tiempos: en primer lugar, con la recesión de 1967 (fue en esta fecha cuando empezó a bajar la tasa de beneficio) y, después, con la recesión (mundial) de 1974. Entonces se entró en el llamado período de estanflación en el que inflación y desempleo aumentan conjuntamente: durará hasta mediados de los años 1980 (ver el siguiente gráfico).

Fuente: FRED (Federal Reserve Economic Data), Federal Reserve Bank of St. Louis
Milton Friedman abrió la ofensiva en 1967 en su escrito a la asamblea de la American Economic Association . Pero fue en su discurso de recepción del premio Nobel en 1977 cuando Friedman presentó el discurso más claro. Comenzó por evocar el pasaje de la Teoría General en el que Keynes admite que le falta una ecuación: «No se puede pues saber cuál será el volumen global del empleo en tanto no se conozca el precio nominal de los bienes de consumo obrero y no se puede saber cuál será el precio nominal de los bienes de consumo obrero en tanto no se conozca el volumen global del empleo. Como hemos dicho, falta una ecuación» .
La curva de Phillips habría pues colmado esa carencia. Además, «parece constituir un instrumento fiable para la política económica, permitiendo a la economía informar al decisor político de las alternativas que se le ofrecen». Pero, con el tiempo, se ha constatado que eran necesarias «dosis de inflación cada vez más elevadas para reducir el nivel de desempleo. La estanflación había mostrado su cabeza repelente».
La crítica de Friedman se puede resumir de la siguiente forma: la curva de Phillips fue recibida por los keynesianos como la pieza que faltaba de su modelo. Establecía la posibilidad de un arbitraje (trade-off) entre la tasa de paro y la tasa de inflación, pero a condición de postular la estabilidad a largo plazo de la curva de Phillips. Sobre esta base, los keynesianos inspiraron las políticas de pleno empleo que se revelaron inflacionistas. La aparición de la estanflación en los años 1970 estuvo ligada a la corrección de las anticipaciones porque la curva de Phillips no es estable, contrariamente al postulado de los keynesianos .
El concepto de anticipaciones desempeña un papel clave: la idea es que si se acepta una cierta aceleración de la inflación, los agentes van a anticipar una continuación del movimiento y la curva de Phillips va a desplazarse. Es lo que no comprendieron los responsables de la política al apegarse a la curva de base de Phillips: «La distancia entre la verdadera curva de Phillips con anticipaciones y los modelos sin anticipaciones dejó el campo libre a la inflación, lo que habría podido evitarse si las autoridades monetarias hubieran conocido el verdadero modelo» .
Dos economistas del Banco nacional de Bélgica retomaron recientemente esta crítica. Para ellos, el punto de vista según el que se pueden «escoger tasas de inflación y de desempleo determinadas estimulando o refrenando la demanda global» es erróneo . Eso solo puede funcionar a corto plazo y se moviliza de nuevo el concepto de anticipaciones: «El banco central no puede mantener continuamente la tasa de desempleo por debajo de su nivel natural. En efecto, las presiones que resultarían de ello empujarían constantemente al alza las anticipaciones de inflación, y la inflación real y la tasa de desempleo volvería sistemáticamente hacia su nivel natural. Resultaría in fine una inflación más elevada pero que no se acompañaría de una tasa de desempleo más baja».
El desmentido aportado por la estanflación al paradigma keynesiano abre pues la vía a una verdadera contrarrevolución. Uno de los más feroces adversarios del keynesianismo es Robert Lucas, que va hasta rechazar la noción de desempleo involuntario. Ello sería un capricho de Keynes: «El desempleo involuntario no es un hecho o un fenómeno que tendrían que explicar los teóricos. Es al contrario una construcción teórica introducida por Keynes con la esperanza de que podría servir para dar una explicación satisfactoria a un fenómeno real: las fluctuaciones a gran escala del desempleo total» .
De golpe, la misma noción de pleno empleo desaparece: «no parece posible, incluso en principio, distinguir el desempleo voluntario y el involuntario en función de las alternativas a las que están confrontadas las personas individuales. Incluso conceptualmente, no es posible llegar a una definición utilizable del pleno empleo, como una situación en la que ha desaparecido el desempleo involuntario». De forma muy polémica, Lucas desea que la economía teórica moderna no pierda su tiempo con las «construcciones teóricas de nuestros predecesores» (sobreentendido, las de Keynes) que son el más seguro camino «hacia la esterilidad».
Esta ofensiva de los monetaristas anticipa la contrarrevolución liberal. Proponen la neutralización de la política monetaria, reducida a una regla de crecimiento estable de la masa monetaria. En cuanto al desempleo, debe ser combatido mediante la flexibilización del mercado de trabajo y haciendo retroceder las rigideces estructurales. Es inútil subrayar aquí que se ve constituir la doxa (palabra griega, que se entiende como ideología) neoliberal: independencia del banco central y reformas estructurales.
El informe McCracken, publicado por la OCDE en 1977, lleva un título significativo (Por el pleno empleo y la estabilidad de los precios) y marcó un doble corte de aguas. Se produjo justo después de la recesión generalizada de 1974-75 que marcó el fin de la edad de oro y en lo más fuerte de la ofensiva neoliberal contra el keynesianismo. La oposición entre estas dos corrientes se cristaliza, como muestra Vincent Gayon, sobre uno de los instrumentos centrales de las políticas macroeconómicas de posguerra utilizado en la mayor parte de los países miembros de la OCDE: la curva de Phillips» .
Sin embargo, el informe se sitúa en una encrucijada y revela un cierto desconcierto ya que, como confiesa su responsable (citado por Gayon), «no sabíamos que idea queríamos producir». Robert Lucas, uno de los keynesianos más virulentos, habla de un «eclecticismo desordenado» y de un «oportunismo que se hace pasar por pragmatismo» .
A partir del giro neoliberal de los años 1980, se impone una nueva concepción del desempleo: ella explica por qué el pleno empleo no es ni posible ni deseable. Fundamentalmente, esta teoría actualmente dominante se basa en una reformulación del arbitraje entre inflación y desempleo. Existe una tasa de desempleo por abajo de la cual aumenta la inflación y ese aumento de la inflación tiene efectos recesivos que llevan a la tasa de desempleo a un nivel incompresible.
Se habla de NAIRU (Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment: tasa de desempleo que no acelera la inflación), de tasa de paro estructural, de equilibrio, incluso natural. Más allá de las sofisticaciones, todo ello remite a la misma idea. Un funcionamiento fluido del capitalismo necesita de un cierto nivel de paro que es imposible reducir sin efectos nefastos para la actividad económica. Se podría decir que se invierte la curva de Phillips: no es la inflación la que permite regular el paro, es el paro el que sirve para contener la inflación.
Este concepto de Nairu fue introducido en 1975 por Franco Modigliani y Lucas Papademos , dos economistas más o menos keynesianos que buscaban suavizar el concepto de tasa de desempleo natural de Milton Friedman. Hablaron más exactamente de Niru (tasa de paro no inflacionista). Fue James Tobin quien introdujo el término Nairu en 1980, mientras que el mismo afirmaba unos años antes que: «la curva de Phillips ha sido un descubrimiento empírico a la búsqueda de una teoría, como los caracteres de Pirandello a la búsqueda de un autor» . Sin duda, finalmente la encontró.
Este dogma del desempleo de equilibrio científicamente calculado condujo a los amargos comentarios de Robert Solow, en una conferencia marcada por la ofensiva de los anti-keynesianos, conducida especialmente por Lucas y Sergent: «Es necesario que tengáis serias razones para decretar que la tasa de paro natural es de 5,5% antes de salir de esta sala y que os encontréis de frente con todas esas personas que están en paro. Eso no es una broma. Para los estadísticos no se trata de cifras, justo alguna cosa que sale cuando ponéis alguna cosa igual a cero y dividís un número por otro. Pero esas gentes de fuera no tienen trabajo. Deberéis estar verdaderamente seguros de lo que contáis y que la buena cifra es el 5,5% y no el 3,5% o el 4,5% antes de pretender que ello tiene cualquier relación con la vida real». Muchos economistas deberían meditar sobre esas observaciones.
Este nuevo concepto dió lugar a un volumen considerable de discusiones teóricas bizantinas, pero también a numerosas -y vanas- tentativas de evaluar la famosa Nairu de forma estable y consensual.
La Nairu no hace más que retomar el análisis de Marx del papel del desempleo («el ejército industrial de reserva») sobre la evolución del salario: “El movimiento general de salarios no se regula, pues, por el número absoluto de población; la clase obrera se descompone en activa e inactiva. Todas las vicisitudes del ciclo industrial determinan las variaciones, los aumentos y distribuciones de la población y del movimiento pendular de empleo y desempleo. El movimiento del capital depende de la cifra absoluta de la población obrera, según una bonita ley inventada por la industria moderna (…). Durante los períodos de estancamiento y actividad reducida, el ejército industrial gravita sobre el activo. Así se frenan sus pretensiones durante el período próspero. La superpoblación relativa, eje de la ley de la oferta y la demanda en el trabajo, sólo permite unos estrechos límites de acción a la actividad dominadora del capital” (Karl Marx, El Capital, Libro 1, Capítulo XXV).
Con el Nairu, este mecanismo es hábilmente ocultado puesto que se trata de navegar entre Caribdis (la inflación) y Escila (el paro). Pero detrás de la inflación están los salarios. Y los beneficios. Desde este punto de vista, la OCDE y la Comisión Europea son más explícitas, calculando una Nawru, dicho de otra forma una tasa de desempleo que no acelere los salarios. Las cosas son así más claras, ya que de lo que se trata en realidad es de un arbitraje entre salarios y beneficios. Como lo recuerda excelentemente Patrick Artus (un marxista muy ocasional), nunca hay que «olvidar que la inflación aparece cuando la tasa de beneficio de las empresas es inferior al nivel deseado» . La inflación «resulta de la voluntad de las empresas de enderezar su tasa de beneficio si ella es inferior al nivel que desean».
Ahí está la clave de una explicación la estanflación en Estados Unidos diferente al recurso a las anticipaciones y otros delirios monetaristas. Basta con observar la tasa de beneficio. Hasta la recesión de 1967 fluctuaba a un nivel elevado: como se ha visto, es también el período en el que funciona la curva de Phillips. Pero es claro que la caída de la tasa de beneficio a partir de 1967, hasta inicios de los años 1980, se acompaña de una aceleración de la inflación. El choque de las políticas neoliberales desencadena, de forma simultánea, el ascenso de la tasa de beneficio y la vuelta de la tasa de inflación al nivel de los años 1960. El verdadero arbitraje es pues entre inflación (léase: los salarios) y el beneficio, y la tasa de paro es el útil que permite ajustar ese arbitraje.

Fuente: BEA (Bureau of Economic Analysis)
En un estudio realizado por el sindicato Comisiones Obreras, en España el 83% de la inflación se explicaba por el incremento de los beneficios de las empresas, y sólo un 17% por los salarios. Incluso el Wall Street Journal reconoció, en noviembre de 2021, que en periodos de inflación los beneficios de las empresas aumentaban.
El esquema es pues el siguiente: si el desempleo baja demasiado, la relación de fuerzas entre capital y trabajo se modifica a favor de los asalariados. El aumento de los salarios muerde sobe el beneficio y las empresas responden aumentando sus precios. La tasa de paro que no acelera la inflación podría ser bautizada también, y ello sería más claro, como «tasa de paro que no hace bajar la tasa de beneficio».
Detrás del aparato matemático se puede localizar el artificio central en la forma de cálculo del Nairu. La ecuación de precio dice que este último se forma aplicando una tasa de margen o rentabilidad al coste salarial unitario. Toda la habilidad consiste en postular subrepticiamente que esa tasa de margen, que no es otra cosa que la parte del beneficio, es de alguna forma intocable. Basta con una frase para que Layard, Nickell y Jackman -los autores del clásico Unemployment – omitan ese detalle: «Los precios se fijan mediante la aplicación de un margen a los salarios. Este margen tienen tendencia a aumentar con el nivel de actividad, aunque ese efecto no podrá ser muy fuerte» (p. 31).
El truco de magia es bastante logrado. Es este pequeño detalle de especificación lo que permite remplazar la cuestión del reparto entre salarios y beneficio por un arbitraje entre salarios e inflación. Basta con plantear discretamente que la tasa de margen es fija, dicho de otra forma que el reparto entre salarios/beneficios es inmutable.
La teoría del Nairu reenvía así a fetichizar el desempleo, haciendo del mismo un instrumento de ajuste de la economía. Estando fuera de alcance el pleno empleo, ya no puede formar parte de la agenda política. Los gobiernos quedan de alguna forma descargados de toda responsabilidad en materia de empleo: «una de las graves consecuencias involuntarias de la preocupación de los economistas por el Nairu ha sido la de enviar a los dirigentes políticos el mensaje de que ellos no tienen ninguna responsabilidad que ejercer en esta materia, y que el arbitraje entre inflación y desempleo puede ser gestionado por el banco central por medio de la tasa de interés» . El paro ya no es un fenómeno social, sino uno de los mecanismos de la gran mecánica económica.
El debate es de rabiosa actualidad entre los economistas para saber si la curva de Phillips continúa o no funcionando. En efecto, la tasa de desempleo se reduce en varios países y se aproxima así el pleno empleo; en todo caso, tal como lo definen los economistas. Y sin embargo, ni los salarios, ni la inflación se incrementan. La OCDE hacía la constatación, con inquietud, de un «alza del empleo eclipsada por un estancamiento sin precedentes de los salarios».
Algunos, como el FMI, proponen remodelaciones, otros sostienen que la curva sigue siendo válida aunque se haya aplastado o, al contrario, haya desaparecido. Los economistas del Banco de Francia tratan de tranquilizarse: «las estimaciones realizadas por el Banco de Francia muestran que la pendiente de la curva de Phillips en la zona euro ha permanecido débil pero estable y significativamente diferente de cero desde la crisis», pero siguen dubitativos: «Sin embargo, nuestras estimaciones de la curva de Phillips siguen inciertas. Debemos permanecer atentos al conjunto de los determinantes de la inflación».
Dos economistas van hasta sostener que el hecho de que sea difícil de identificar empíricamente la curva de Phillips no implica que no funcione. Su desaparición es «una consecuencia natural de una buena política monetaria» . Es pues la acción del banco central (consciente de la existencia de la curva) lo que conduce a su desaparición. En fin, Patrick Artus constata que «la curva de Phillips está al revés» .
En resumen, la curva de Phillips se desplaza, se invierte, desaparece o permanece invisible: se está de lleno en el pensamiento mágico. En este debate se encuentra una buena ilustración de las derivas de la ciencia económica académica. Decididamente, Robert Solow tenía razón cuando decía que el artículo de Phillips «ha creado más empleos que cualquier otro proyecto desde la construcción del canal Érié» (muy largo canal del Estado de Nueva York) . Y quizá se podría retomar hoy la observación de Mark Balaguer, que describía el debate de los años 1960 como «una de las controversias más frustrantes y más irritantes de toda la historia del pensamiento económico, asemejándose a menudo a las peores disputas medievales» .
Pueden invocarse varias razones para explicar el aplastamiento o la desaparición de la curva de Phillips. En primer lugar está la idea, que es muy aplicable a Francia, según la cual una caída modesta a partir de una tasa de desempleo elevada no basta para reducir las tensiones sobre el mercado de trabajo. Pueden jugar otros factores, como el aumento de la tasa de empleo de los sénior o la extensión de los empleos precarios: en ambos casos las categorías de personas asalariadas concernidas no están en situación de reivindicar aumentos de salarios. El FMI -ya citado- lo explica en estos términos «Ciertamente, el empleo a tiempo parcial involuntario ha ayudado sin duda a sostener la participación en el mercado de trabajo y permitido una relación más estrecha con el mundo del trabajo que la alternativa del desempleo, pero parece también que ha debilitado el crecimiento de los salarios».
En fin, las reformas estructurales, el retroceso de la tasa de sindicalización y el del empleo industrial, que sin duda acompaña al anterior, juegan en el mismo sentido. Todo ello contribuye a que la tasa de desempleo no sea ya en tanto que tal un indicador de la relación de fuerzas entre capital y trabajo, de la misma forma que no es tampoco una medida adecuada del dinamismo del mercado de trabajo.
Este desconcierto de los economistas tiene una explicación diferente a la de las disfunciones econométricas: el borrado de la curva de Phillips deja en evidencia al modelo teórico dominante. En primer lugar, la explicación clásica de desempleo natural, de equilibrio, etc., no se mantiene si la caída de la tasa de paro no tiene ya más inflación como contrapartida y deja de ser posible explicar o legitimar su nivel incompresible.
Pero las cosas son todavía más graves, ya que el ajuste de la economía deja también de ser posible. El modelo de base que está tras los discursos y las prácticas neoliberales pone en juego tres relaciones:
- la curva de Phillips o uno de sus sucedáneos: el desempleo permite ajustar una inflación esencialmente salarial;
- la demanda global: varía en sentido inverso a la tasa de interés real;
- el “ajuste de Taylor” cuando la inflación sobrepasa el objetivo fijado, el banco central aumenta el tipo de interés y reduce o frena la demanda, es decir el empleo.
Está claro entonces que si la curva de Phillips se evapora, desaparece ese modelo de gestión. Es lo que teme Oliver Blanchard, ya citado: “la curva de Phillips está siempre ahí. Pero su forma actual plantea serios desafíos a la política monetaria”. Patrick Artus va más lejos: “Si estas evoluciones persisten, se hunde todo el fundamento teórico de la política monetaria de la zona euro (pilar monetario, reacción de los tipos de interés a las tasas de desempleo o al outpout gap -diferencia entre el PIB real y el ptencial-, credibilidad), por lo que debería ser reemplazado” . Y es el Financial Times quien mejor resume la situación: “retirad la curva de Phillips y los banqueros centrales van a chapotear”.
Tras el estallido de la crisis de 2008, los economistas dominantes constatan con decepción que sus juguetes ya no funcionan. Sus esquemas con pretensión teórica no tienen contacto con el funcionamiento concreto del capitalismo. Patrick Artus, decididamente muy lúcido, reconoce no saber ya “analizar la situación» . Es bastante increíble constatar que The Economist deplora el demasiado débil poder de negociación de los trabajadores. La biblia del neoliberalismo inteligente sugiere “incrementar el poder de los trabajadores” e “históricamente la mejor forma de llegar a ello es impulsando la sindicación de cada vez más trabajadores”. ¡¿Estamos soñando?! Pero la conclusión del artículo suena también como una advertencia: “Más poder a los trabajadores descontentaría sin duda a los empresarios. Pero es mucho más temible un mundo en el que los aumentos de salarios serían inimaginables”.
El caso es que la situación de las personas con empleo es cada vez más precario y estresante, dando lugar incluso a la denominada Gran Renuncia, que hace referencia al fenómeno social mediante el cual, en Estados Unidos, se empezó a detectar un patrón de comportamiento en empleados de todas las industrias y de diferentes profesiones, que comenzaron a renunciar en manera masiva a sus lugares de empleo. Los primeros registros y la fecha señalada hasta el momento, es la primavera de 2021, momento en el cual en ese país, se comenzó a dar el retorno a las oficinas y el final de la primera serie de restricciones impuestas por la pandemia de la Covid 19. Así, entre los meses de marzo y julio, casi cuatro millones de empleados renunciaron a sus puestos de trabajo cada mes, es decir, un total de 12 millones de personas abandonando sus funciones, un récord histórico nunca antes visto hasta el momento.
Una de las explicaciones es que los confinamientos llevaron millones de personas de todo el mundo a replantearse ciertos aspectos de su cotidianeidad, principalmente contar con más tiempo disponible sin posibilidad de ocio alguna y, en segundo lugar, por haber vivido todos lo que algunos expertos consideran un “trauma colectivo” (pérdida de familiares y/o amigos por la Covid, haber transitado la enfermedad con mayor o menor severidad o, simplemente, haber vivido meses de cuarentena, restricciones, incertidumbre y ansiedad generalizada). Incluso se apuntó a las grandes ayudas que recibieron las familias durante la pandemia, que dejó a muchos con más dinero en efectivo de lo habitual.
Pero otra explicación , sostenida también incluso por Paul Krugman, abunda en la explotación laboral, incluso antes de la pandemia, pero que la pandemia ha agudizado. La pandemia ha sido utilizada por los empresarios para ir modificando el mundo del trabajo, para progresivamente irlo encajando a la automatización, que no es otra cosa que precarizarlo mucho más y expulsar a una mayor parte de la clase trabajadora del trabajo ante la reducción de las jornadas de trabajo/hombre. Y es ahí donde se ha producido un aumento del teletrabajo en aquellos campos de la producción donde el trabajo a distancia es posible, y que además ha facilitado el descontrol en el pago de horas extras.
Por otro lado, la Gran Renuncia se registra en todos los sectores, pero, curiosamente, la mayor parte se produce en los servicios de alimentación, el comercio minorista y la hostelería, donde los salarios y las prestaciones son los más bajos, y donde las condiciones de trabajo siguen siendo en muchos casos inseguras. Pero no son los únicos. Los camioneros y otros trabajadores del transporte de todo el país están renunciando en masa, amenazando las debilitadas cadenas de suministro. Y los trabajadores y trabajadoras de la salud también están batiendo récord. En total, casi el 20% de los trabajadores del sector, algunos de los cuales padecen estrés postraumático, han abandonado sus puestos de trabajo desde que comenzó la pandemia, en gran parte debido al agotamiento, la escasez de personal, el aumento de la carga de trabajo y las peligrosas condiciones laborales.
La alarma cundió entre muchos empresarios (Starbucks, Costco, Walmart, Amazon) y, cuando fueron a pedirle ayuda al presidente de los EEUU Joe Biden, apuntó certeramente al problema: “¡Páguenles más!” a los trabajadores. Así reconocía claramente que los trabajadores abandonan voluntariamente el trabajo porque esos salarios ya no les permiten, tan siquiera, la vida. O lo que es lo mismo, es la demostración de que el capitalismo ya no puede ofrecer a los trabajadores, tan siquiera, una vida miserable. La realidad es que para la mayoría de los trabajadores, renunciar a sus trabajos no es tanto un intento consciente de vivir una vida mejor, sino más bien un acto de supervivencia, frustración y desesperación.
En Francia, casi un millón de trabajadores abandonaron sus empleos entre octubre de 2021 y marzo de 2022, el 90% de los cuales tenían contratos fijos y asegurados: «Se trata de un nivel de dimisiones muy, muy alto», reconoce el organismo DARES que pertenece al Ministerio de Trabajo.
Las últimas encuestas indican que uno de cada cinco trabajadores a nivel mundial tiene previsto abandonar su puesto en 2022. En una tienda de Virginia (EEUU) todos los trabajadores de una tienda decidieron abandonar el trabajo de forma conjunta y lo retransmitieron por TikTok, para denunciar los abusos laborales.
Mientras muchos trabajadores dejaban sus empleos, otros muchos se quedaban pero ya no se conformaban. Así llegó una ola de huelgas, con un pico en octubre, striketober lo llaman, en la que han participado decenas de miles de personas. Hubo paros en Kellogg’s, una multinacional agroalimentaria con 14.000 trabajadores; en Deere & Co, la mayor fabricante de maquinaria agrícola de Estados Unidos, con 10.000 empleados; paró el personal sanitario en todo el país, y también profesionales de la industria cinematográfica en California. Según la Universidad de Cornell, en 2021 hubo huelgas contra 178 empresas. Y otro dato: la confianza en los sindicatos fue la mayor desde 1965. Entre los que tienen entre 18 y 29 años, alcanza el 78%.
Músicas de subversión llegaron también desde otros lugares del mundo. En Italia, los datos de abandonos laborales han hecho saltar algunas alarmas: en el segundo trimestre de 2021, 484.000 trabajadores dejaron sus empleos, un 37% más que el trimestre anterior, y un 85% más sobre el mismo trimestre del año pasado. Y también está China, donde una pequeña revolución millennial, el movimiento de los tumbados (lying flat), amenaza el paradigma de explotación laboral. La propuesta es sencilla, consiste en hacer solo lo necesario para ir tirando, pero encierra un giro radical: fuera la vida centrada en la producción y el consumo. Además, en China un grupo de trabajadores de las principales empresas tecnológicas inició una campaña en internet, Workers Lives Matter, para denunciar la cultura del 996: trabajar 12 horas diarias, seis días a la semana.
Todas y cada una de las generaciones que se unen a la rueda del trabajo, al poco tiempo se dan cuenta de que aquello no era como se lo pintaron: salarios insuficientes, lidiar con jefes detestables, horarios infernales y una desmotivación constante que va mermando las ganas de seguir. La nueva tendencia es la «renuncia silenciosa» (quiet quitting), así se le ha denominado en el mundo anglosajón a no tomarse el trabajo demasiado en serio, y consiste en hacer lo mínimo para no ser despedidos. No se trata de salir de la nómina, de hecho, la idea es permanecer en la empresa, pero centrar el tiempo en tu vida fuera de la oficina. La generación Z está diciendo que no va a hacer ningún esfuerzo extra. Sin embargo, parece que el término sólo tiene connotaciones negativas, ya que se sugiere que las personas se han vuelto vagas, que son realmente los malos de esta historia cuando en realidad simplemente están haciendo lo que se les dijo. Ed Zitron, que dirige una empresa de consultoría, explicaba en este otro artículo que ese pensamiento «es parte de una tendencia de propaganda a favor de los jefes», y que al final se enmarca a los trabajadores que no «trabajan gratis» como si estuvieran robando a la empresa. La batalla por el relato continúa igual que desde el inicio del capitalismo: los trabajadores son uno vagos mientras los empresarios se quedan con la plusvalía que generan los empleados.