El primer experimento de la globalización neoliberal se produjo en el sureste asiático. En plena Guerra Fría, la batalla ideológica entre capitalismo y comunismo requería de casos de éxito para contener la expansión del comunismo. Los paises del sudeste asiático fueron los elegidos para representar el «milagro económico», ya que, a partir de 1948, los dólares del Plan Marshall revivieron las economías de Europa y socavaron el apoyo a los partidos comunistas, el sudeste asiático emergió como la frontera crítica en la confrontación de Estados Unidos con el enemigo soviético.
El país que habría liderado el camino fue Japón, cuyo caso ya vimos. Le siguieron los llamados «cuatro tigres» originales (Taiwán, Corea, Hong Kong y Singapur), a los que se unieron posteriormente otras economías más atrasadas: Malasia, Indonesia, Tailandia y, por último, Filipinas.
Lo primero que destaca cuando se repasa la historia de estos paises, es su pasado colonial, salvo Tailandia que nunca fue colonia. Los diferentes procesos de colonización permiten distinguir entre aquellos países que han estado sometidos a potencias europeas (Filipinas, Indonesia, Malasia, Singapur y Hong Kong) y los que, desde finales del siglo XIX hasta el término de la Segunda Guerra Mundial, han sido colonias japonesas (Corea y Taiwan). Además, hay que tener en cuenta que de los cuatro tigres asiáticos originales, Singapur y Hong Kong son ciudades-estado con características muy singulares ya que carecen, por ejemplo, de terrenos agrícolas y problemas rurales.
Tras la Segunda Guerra Mundial la zona se convirtió en el escenario más caliente de la Guerra Fría. Los expertos norteamericanos en geopolítica hablaban en los años 50 y 60 de la teoría del dominó: si una ficha caía por la presión del comunismo empujaría a las demás. Hoy en día las fichas se deslizan hacia la órbita capitalista, pero en 1945 Corea del Norte ya había caído del lado soviético. En 1950 los norteamericanos sujetaron su pieza, Corea del Sur, para evitar la expansión de un movimiento que en 1949 había puesto patas arriba al seis doble (China). El choque coreano acabó en tablas en 1953 y las fichas comenzaron a caer hacia un lado (Vietnam del Norte, Laos, Camboya)
u otro (Taiwan, Filipinas, Vietnam del Sur, Tailandia, Malasia, Filipinas), mientras Indonesia y Birmania oscilaban. En Indochina acabarían triunfando los comunistas (1954-1975), Indonesia sería inclinada por la fuerza hacia el lado norteamericano tras el golpe de estado del general Suharto (1965), y el asesinato en masa de cualquier comunista, con el que se acuñó el «método Yakarta», y Birmania continúa oscilando.
Los grados de intervencionismo estatal e incluso factores culturales, son diferentes en cada tigre asiático. Lo que tienen en común todos ellos es el increíble crecimiento económico experimentado desde los años 70, con promedios que duplican el PIB mundial. Antes del estallido de la crisis, el desempeño económico de todos estos países, había sido considerado como ejemplar y era la envidia de la comunidad internacional. Sus sobresalientes ritmos de crecimiento en el PIB se basaban en exportaciones de productos industrializados, los cuales en su gran mayoría eran destinados a los mercados de los Estados Unidos y Europa. Aunque en un principio dichos productos eran intensivos en mano de obra (textiles, productos electrónicos), posteriormente se incrementó la exportación de productos intensivos en capital y conocimientos (industria automotriz, equipo de telecomunicaciones, semiconductores, etcétera) .
El éxito exportador de estos paises incrementó su participación en el mercado mundial como exportadores de productos industrializados, traduciéndose ello en un desplazamiento relativo de las exportaciones de los Estados Unidos y de la Unión Europea, que sufrieron un proceso de deslocalización industrial hacia los países asiáticos .
Obviamente, éstos reaccionaron ejerciendo presiones para que los países asiáticos abrieran sus economias a las importaciones y eliminaran dentro de lo posible su protección industrial selectiva. Sin embargo, la estructura empresarial de Japón y Corea (las múltiples conexiones entre chaebols y keiretsus, el gobierno y la banca) hace que, aun sin barreras arancelarias, esas economías sean relativamente cerradas a las importaciones y consuman sobre todo productos de empresas localizadas únicamente dentro de la región. Por lo tanto, el resultado de las reducciones arancelarias fue un aumento de las importaciones japonesas por parte de Corea y otros países de la región, mientras que las
de los Estados Unidos y la Unión Europea permanecieron casi sin cambios .
Hubo presiones paralelas para que se revaluaran sus monedas (las cuales, debe admitirse, estaban permanentemente subvaluadas, como mecanismo para estimular las exportaciones) y se liberalizaran sus mercados financieros, los cuales estaban fuertemente controlados y dirigidos por el Estado, de acuerdo con todo un conjunto de objetivos nacionalistas muy definidos y concretos. Cabe mencionar que
las anteriores presiones se combinaron con medidas neoproteccionistas tendentes a limitar la entrada de productos asiáticos a los Estados Unidos y la Unión Europea, en oposición a los acuerdos básicos del Acuerdo General de Aranceles de Aduanas y Comercio (GATT) .
En los años ochenta, poco a poco, los países del bloque asiático tuvieron que ceder a estas presiones, en particular en lo que concierne a la desregulación de sus sistemas financieros. El ritmo de dicha desregulación, sin embargo, no era lo suficientemente rápido que los Estados Unidos demandaba, por lo que procedieron a retirarse de las negociaciones del GATT en la Ronda Uruguay, quedando éstas inconclusas. La liberalización de los movimientos de capital a nivel internacional, esto es, la libre circulación de capitales, fue impulsada sobre todo en el
transcurso de los años noventa, permitiendo incluso la creación de centros financieros off-shore, como el de Labuan en Malasia y el de Bankok, creado en 1992 en Tailandia. Diversos expertos consideran que la liberalización financiera fue la causante principal de la crisis asiática .
Las reformas parciales habían llevado a sistemas financieros crecientemente frágiles, caracterizados por una creciente deuda externa de corto plazo, crédito bancario en rápida expansión y una inadecuada regulación y supervisión de las instituciones financieras. Estas debilidades, a su vez, dejaron a las economías asiáticas vulnerables a rápidas reversiones de los flujos de capital. En efecto, los flujos de capital especulativo de corto plazo en la forma de préstamos a los bancos y otras instituciones financieras ascendió a algo más de 6% del PIB anual entre 1990 y 1996. En el caso de Tailandia, donde se inició la crisis, este porcentaje fue del 10% del PIB en promedio durante los noventa, llegando a un sorprendente 13% en el año 1995 .
El punto básico, sin embargo, es que la actual estructura financiera internacional, basada en tipos de cambio fluctuantes y movimientos especulativos de capital de corto plazo, es intrínsecamente inestable y volátil. En consecuencia, la desregulación financiera dentro de tal estructura creó el marco objetivo para el estallido de la crisis, como lo hará inevitablemente en todas las regiones del mundo que se comprometan en tal tipo de reformas .
No obstante, hubo otros elementos significativos que también contribuyeron al desencadenamiento de la crisis asiática. El crecimiento del volumen del comercio internacional en términos agregados fue un poco más lento en 1996 y 1997 que en 1993-95. En Tailandia y Corea hubo fuertes retrocesos en los niveles de las exportaciones, mientras que en los otros casos hubo un descenso apreciable en los ritmos de crecimiento de las mismas. Los gobiernos asiáticos mantuvieron tipos de cambio anclados con relación al dólar, o de fluctuaciones muy predecibles, y los bancos centrales absorbían los riesgos de posibles vaivenes a fin de favorecer las entradas de capitales. En términos reales, dichos tipos de cambio se sobrevaluaron debido al aumento del dólar frente al yen y el marco. Obviamente, esto contribuyó al deterioro de la competitividad y dinamismo de las exportaciones asiáticas, aumentándose así el ya creciente déficit de la cuenta corriente de la región. También, desde luego, lo anterior contribuyó al incremento de los crecientes flujos de capital especulativo de corto plazo para compensar estas pérdidas de rentabilidad .
Y es que otro elemento que contribuyó apreciablemente a la severidad de la crisis fue la tasa de rendimientos decrecientes en las inversiones. Este factor, ya presente en los países capitalistas avanzados desde mediados de los setenta, parece también haber aflorado en las economías asiáticas. La relación incremental capital-producto (RTCAP) se encontraba creciendo en dichas economías, lo cual es un índice del menor rendimiento de las inversiones adicionales para las economías consideradas como un todo. A nivel de empresas individuales, la rentabilidad de varios de los más importantes consorcios coreanos (chaebol) era muy baja y muchos de ellos tenían una relación «flujo de caja/pago de intereses» superior a la unidad, lo cual significa que sus ingresos anuales eran inferiores a sus obligaciones de pagos de intereses por concepto de sus deudas. Es decir, técnicamente estaban quebrados. Por lógica, este descenso en la rentabilidad de los activos reales hizo en extremo atractivas las inversiones de tipo bursátil e inmobiliario, colaborando así al surgimiento y probable estallido de las burbujas especulativas .
Junto con lo anterior, la expansión del crédito bancario hacia el sector privado fue algo verdaderamente desmesurado, incrementándose en Tailandia, Corea e Indonesia en más de 50% del PIB en 7 años, alcanzando 140% del mismo en 1996. Una parte significativa de éste se destinó a inversiones bursátiles e inmobiliarias especulativas, contribuyendo así a la aparición de carteras frágiles. Gran parte de dicha expansión del crédito era financiada a su vez mediante préstamos externos (off-shore). Una parte creciente de dicha deuda externa era de corto plazo y ascendía a 68 billones de dólares en Corea, 46 billones en Tailandia, y 34 billones en Indonesia, sin incluir la financiación no bancaria. Este comportamiento de inversores y prestamistas a menudo tiene que ver con el llamado riesgo moral (moral hazard), es decir, cuando los agentes financieros prestan fondos bajo el supuesto (real o imaginario) de que existe un aval (explícito o implícito) por parte de las autoridades monetarias gubernamentales sobre las deudas contraídas, lo que implicaría que el capital prestado no está en peligro .
Obviamente, esa situación tenía por fuerza que reflejarse en saldos negativos en la cuenta corriente de la balanza de pagos, siendo el de Tailandia el peor de todos. En efecto, una parte importante de dichos flujos se desvió hacia inversiones que alimentaron una burbuja especulativa, la cual al explotar resultaría en la quiebra técnica de todo el sistema financiero, a pesar de que antes del estallido de la crisis, todos los países afectados por ella mostraban una situación de superávit fiscal y de bajos ritmos de inflación, que para el FMI eran la expresión de políticas fiscales y monetarias «sanas». Era tal el oprimismo del FMI que, en su informe sobre la economía mundial de mayo de 1997, Hong Kong, Corea, Singapur y Taiwan fueron reclasificados en los rangos de las economías avanzadas, retirándolos del grupo de «países en desarrollo» .
El sostenido deterioro de la cuenta corriente, ligado a salidas de capitales atraídos por tendencias alcistas en las tasas de interés en los Estados Unidos, comenzaron a generar presiones sobre el tipo de cambio, pero teóricamente éste podía ser defendido por las autoridades monetarias, las cuales contaban con reservas internacionales del orden delos 38,1 billones de dóiares hacia febrero de 1997. Para sostenerlo, las autoridades elevaron el tipo de interés, lo cual repercutió negativamente en la Bolsa de Valores, cayendo las cotizaciones de los mismos en dólares en 40% durante 1996. A la caída de las cotizaciones en la Bolsa de Valores, siguió una venta masiva de bienes raíces, dando lugar a una crisis inmobiliaria tras el auge experimentado por dicho mercado. Una importante compañía inmobiliaria, la Somprasong Land, fue incapaz de cumplir con pagos que vencían el 5 de febrero de 1997. Esto fue la señal de que las compañías financieras expuestas sobremanera al mercado inmobiliario de Bankok afrontaban serios problemas. Ya el baht había sufrido un ataque especulativo a finales de 1996, y dos a comienzos de 1997. En marzo, el gobierno tailandés prometió absorber 3,9 billones de dólares de carteras inmobiliarias
vencidas de las compañías financieras, para retractarse de inmediato. Esto escaló la creencia de que las reservas internacionales se estaban esfumando, y el gobierno tendría que flotar el baht. Por supuesto, las autoridades negaron el rumor, anunciando que no dejarían quebrar a Finance One, la mayor compañía financiera, ni someterían a flotación el baht, lo cual agravó la situación y, el 2 de julio, tras una batalla estéril de un mes que erosionó sustancialmente las reservas extranjeras, se abandonó el baht a su suerte .
Los inversionistas y prestamistas percibieron que los demás tigres compartían las mismas debilidades: tipos de cambio fijos, sistemas bancarios con carteras en deudas especulativas en valores inmobiliarios y una deuda externa en su mayoría a corto plazo. Su reacción fue la de retirar su capital de todos los países de la región, al margen de su situación individual específica, y la enfermedad se propagó a gran velocidad a Filipinas, Indonesia, Malasia y Corea. Los tipos de cambio quedaron sometidos a una presión intensa y, hacia comienzos de septiembre, las monedas de Indonesia (rupia), Malasia (ringgit), Filipinas (peso), y Tailandia (baht) habían caído en 20% o más .
Por tanto, uno de los factores determinantes de las crisis económicas y financieras es la desregulación de los flujos de capitales especulativos de corto plazo, tipos de cambio flexibles y apertura total del sector externo, que genera una inestabilidad intrínseca de la actividad prestamista e inversionista internacional, que acaba moviéndose por emociones, profecías autocumplidas y el pánico de los inversores y prestamistas .
La crisis asiática fue la primera crisis de la globalización, ha sido señaladamente profunda y, debido al alto grado de interdependencia y complementariedad de los países del área, ha afectado con severidad a todas estas economías y ha contribuido a acentuar y prolongar la ya de por sí prolongada recesión japonesa. Los más afectados por la crisis fueron Malasia, Indonesia, Tailandia, donde se inició la misma. Posteriormente, ésta se extendió a Corea. Tailandia, Indonesia y Corea recibieron «paquetes” de ayuda del FMI e implementaron planes de choque y ajuste estructural, diseñados y supervisados por dicha institución. Y este fue otro de los aspectos más sobresalientes de todo este proceso: la total inoperancia del FMI en hallar soluciones viables a este tipo de trances. En efecto, sus paquetes de ayuda a tres de los países en crisis no sólo no propiciaron la rápida restauración de la confianza, sino que empeoraron la situación, ya que, debido a sus errores y a su
rigidez, tuvieron que ser renegociados dos veces. De hecho, innumerables observadores consideraron que esta institución, con las funciones que se le han atribuido, como ineficaz y constituye un anacronismo llamado a recoger o, al menos, a ser reformada en su totalidad. La tónica general de los cuestionamientos es que el tipo de políticas propuestas (mayores tasas de interés, reducción de gastos públicos, impuestos más elevados), formuladas por lo común para los países latinoamericanos, no pueden funcionar y sólo han contribuido a «propagar el fuego» .
Referencias