La reputación internacional de Japón a nivel político y económico, estimándose que es la tercera economía del mundo por su PIB, no se corresponde con el estancamiento económico que sufre desde hace décadas, por no contar otros problemas como la sobrepoblación, un medio hostil con un archipiélago de miles de islas, un complicado relieve, amplios y frecuentes riesgos ambientales (terremotos, volcanes, tsunamis, etc.), dependencia alimentaria exterior, ausencia de minerales y escasez de otras materias primas y fuentes de energía.
El desastre provocado por la Segunda Guerra Mundial, culminada con el lanzamiento de dos bombas nucleares por parte de Estados Unidos en territorio japonés, dejó a Japón como un subordinado estadounidense en el Pacífico, seguida de la ocupación militar estadounidense, hizo que constitucionalmente se consagrara la ausencia de unas fuerzas armadas, y la dependencia y subcontratación de la defensa militar a EEUU que estableció múltiples bases militares en Japón. Además, el pago de las indemnizaciones por la guerra, la integración de seis millones de repatriados desde las excolonias y la desarticulación de los zaibatsus, devastó la economía japonesa.
Solamente cuando estalló la guerra de Corea pudo superar su posguerra, ya que EEUU, potencia ocupante de Japón, cambió su política respecto al archipiélago al aplicar una estrategia de contención al comunismo y emplear las islas como punto de suministros a Corea y como avanzadilla capitalista en Asia oriental. Ello permitió la llegada de abundante capital, una rápida reindustrialización ante la demanda de suministros de las tropas estadounidenses y la rearticulación de los zaibatsus en keiretsus.
Estas organizaciones empresariales aunaron entidades industriales, comerciales, de servicios a empresas, aseguradoras y bancos, de tal modo que permiten realizar todas o la mayor parte de las actividades empresariales con empresas de su keiretsu, en las que además tienen participación. Se genera así un modelo de colaboración y ayuda asegurada y de préstamos baratos donde las empresas extranjeras no tienen cabida, ya que no tienen a quién comprar o vender. Esto ha creado oligopolios generalizados que pueden subir los precios para la venta de productos en el mercado interno mientras se hace dumping (‘venta a pérdida’) en los mercados extranjeros.
El milagro japonés, el modelo genuino que desarrolló Japón, volvió sobre un fuerte intervencionismo estatal, grandes holdings empresariales y la adquisición de tecnología. Se importaban materias primas del sudeste asiático mientras se exportaban productos manufactureros, cada vez de mayor calidad y valor añadido, gracias a la reinversión de los beneficios en la adquisición y desarrollo de nueva tecnología y no en el reparto de dividendos, como es habitual en Occidente. Se empezó con el desarrollo de industrias químicas y metalúrgicas para después, cuando tuvieran una buena base, pasar hacia las procesadoras.
En todo esto fue fundamental la intervención del Gobierno, que defendió un fuerte proteccionismo (frente a las tendencias liberalizadoras mundiales) para así proteger las industrias locales hasta que fueran capaces de competir con las extranjeras. En este proceso tuvo un papel clave el Ministerio de Industria y Comercio Exterior (MITI por sus siglas en inglés), que se encargó de desarrollar planes para las industrias punteras con capital a bajo interés, subsidios fiscales y ayuda en la adquisición tecnológica, pero también con directrices de comportamiento para las empresas, con lo que se dirigían los esfuerzos de toda la nación hacia los sectores que consideraba emergentes. Entre 1955 y 1973, Japón experimentó tasas de crecimiento de entre el 6 y el 12% anual, muy superiores a las del resto de los Estados industrializados .
Las empresas japonesas tuvieron poca presencia internacional hasta que en la segunda mitad de los 60 alcanzaron un nivel tecnológico suficiente que les permitiese competir en el exterior. En 1971, tras el Nixon Shock, el yen (la moneda japonesa) quedó desvinculado del dólar y perdió rápidamente su competitividad al revalorizarse. En esta situación, los holdings empresariales japoneses empezaron a instalarse en países en desarrollo del sudeste asiático, lo que les permitió reducir las desventajas de los nuevos tipos de cambio elevados con trabajadores más baratos que la ahora cara mano de obra japonesa.
Poco después, en 1973, estalló la crisis del petróleo, que disparó el precio de los combustibles. La industria nipona era vulnerable y estaba perdiendo competitividad. Japón buscó otra salida: se convirtió en uno de los pioneros de la deslocalización, se libró de las industrias que consumían mucho espacio en el congestionado país, tenían bajo valor añadido, necesitaban abundante mano de obra, requerían gran cantidad de energía o eran demasiado contaminantes y cedió espacio a los sectores más rentables y con mayor valor añadido, con el consiguiente abaratamiento en la producción de bienes intermedios. Esta política económica alimentó el nacimiento en diferentes oleadas, de los llamados Tigres o Dragones Asiáticos.
En 1986, cuando las exportaciones niponas ya representaban el 10% del total mundial, el derrumbe del sistema de Bretton Woods y la política de Regan, que aumentó el déficit federal estadounidense, hicieron de Japón el primer banquero mundial. Tokio aumentó aún más sus relaciones político-económicas con los países del entorno para acceder a su mano de obra barata y disciplinada y a sus materias primas.
En esta época, a mediados de los ochenta, parte del capital excedente en la economía, proveniente del elevado supéravit comercial, fue destinado por los bancos a la compra de tierras y acciones, con lo que comenzaron a crecer muy rápido los precios de estos activos. El auge del mercado inmobiliario alimentaba el del mercado de valores, y éste, a su vez, revertía sobre el de las propiedades. Además, se transitó de una economía contenida financieramente («represión financiera») a una desregulación y liberalización del marco regulador de supervisión y control de riesgos. Los acuerdos del Hotel Plaza de septiembre de 1985 provocaron la revalorización del yen respecto al dólar, y las autoridades monetarias japonesas relajaron la política monetaria (reducción de tipos de interés) para compensar los efectos recesivos de la apreciación del yen en las exportaciones y mantener la tensión exportadora. La apreciación del yen forzó a las empresas manufactureras a la baja de precios por la presión competidora internacional. Las empresas japonesas tenían una baja rentabilidad que sólo se podía compensar asumiendo una mayor exposición al riesgo con un mercado bursátil alcista: en 1988 casi el 38% de los beneficios de Toyota provenían de la especulación financiera; Matsushita Electric ganó en este tipo de operaciones el 59% del beneficio total; Nissan el 65%, y Sony el 63%. Los rendimientos financieros de las empresas japonesas ocultaron la baja rentabilidad de inversiones sobredimensionadas. Lo que puso en marcha fue una inflación de los precios inmobiliarios y bursátiles al volcarse la capacidad financiera sobre los activos existentes. Así se comenzó a gestar la primera «burbuja» inmobiliaria y financiera. Los analistas afirmaban que Japón sería el próximo número uno de la economía mundial, y nadie atisbaba la crisis que se avecinaba en los años noventa .
La dimensión de la burbuja inmobiliaria era tal que el valor de la propiedades inmobiliarias de Japón se aproximaba, en 1990, a los 20 billones de dólares americanos equivalentes, que era más del 20% de la riqueza mundial y en torno al doble de la capitalización conjunta de los mercados bursátiles. La extensión de EEUU es 25 veces mayor que la de Japón, pero en 1990 se estimó que las propiedades japonesas valían 5 veces más que las de EEUU. El valor de las propiedades de EEUU equivalía al del entorno metropolitano de Tokyo. La venta del palacio imperial hubiera bastado para comprar toda California. En 1990, el valor de los campos de golf japoneses era de 500.000 millones de dólares americanos, el doble de todas las acciones cotizadas en la bolsa australiana .
Sin embargo, en 1990 se producen varios acontecimientos traumáticos :
- El colapso de la burbuja inmobiliaria, por el aumento de tipos de interés para atajar los efectos inflacionistas de la burbuja, provocando una extraordinaria caída del valor de los activos.
- La apreciación del 50% del yen en términos reales respecto del dólar entre mediados de 1992 y la mitad de 1995.
- El endurecimiento de la política fiscal en 1997 que cercenó el repunte económico de 1996.
- El impacto de la crisis asiática sobre las exportaciones y el sistema bancario japonés que había situado en esa área el 25% de la inversión internacional.
En los noventa la economía japonesa inició un periodo de estancamiento, con un crecimiento anual del 1,28% entre 1990 y 1995, aunque con una baja tasa de desempleo (3,3-3,5%), ésta aumentó con respecto a los años ochenta. En 1997 el gobierno aplicó medidas de austeridad para dar confianza a los mercados, debido a la quiebra de bancos y agentes de bolsa durante la segunda mitad de 1997: se redujo el déficit fiscal, mediante el aumento del impuesto al consumo, y se redujo el gasto público. Los años noventa de Japón a nivel económico fueron calificados como la «década perdida».
Los Tigres Asiáticos imitaron el modelo de desarrollo japonés y empezaron a competir con los productos nipones. Japón había movido sus industrias a estos países para reducir los costos de producción, lo que le valió transformarse en la segunda economía del mundo, pero estos Estados habían adquirido en el proceso el conocimiento y la tecnología japonesas y, con un fuerte intervencionismo estatal, lograron elaborar productos de cada vez mayor calidad, hasta el punto de ser ellos los que recurrían a la deslocalización para hacer su actividad industrial rentable.
A diferencia del sistema japonés, los Tigres Asiáticos nunca tuvieron el sistema industrial dominado por la aristocracia, por lo que la política no se dedicó a proteger los intereses de ciertos sectores frente al beneficio colectivo. Por su parte, el MITI japonés había aplicado un proteccionismo a sectores claramente en declive y no solamente en auge, lo que lastró los esfuerzos de todo Japón.
El resultado fue que Japón perdió su ventaja competitiva, superado por sus discípulos. Su modelo de desarrollo ha resultado un triunfo económico replicable, pero Japón está muriendo de éxito. A su vez, aunque se han conseguido grandes avances en educación, sanidad, equidad económica o derechos laborales, el modelo de desarrollo nipón se ha centrado en el plano económico y ha dejado de lado la igualdad de género, los derechos de las minorías sexuales, el ocio o la felicidad misma de sus ciudadanos, con una de las tasas de suicidios más altas del mundo, legado que sus alumnos también han heredado.
Actualmente, la economía japonesa sigue estancada en crecimientos económicos por debajo del 2% anuales, una inflación alrededor del 0%, una deuda pública del 259% del PIB (2020), un déficit público del 8,95% del PIB (2020), y aún así sigue manteniendo una balanza comercial positiva, un índice de desarrollo humano alto, y las agencias de calificación de la deuda pública japonesa consideran a Japón una economía solvente y su deuda siempre ha gozado de una excelente valoración.
Referencias